Cuando Dios eligió nacer pequeño

Cada Navidad corremos el riesgo de acostumbrarnos al pesebre. Lo vemos, lo adornamos, lo colocamos en un rincón de la casa… y sin darnos cuenta, dejamos de asombrarnos. Sin embargo, el nacimiento de Jesús no es una escena tierna; es una decisión radical de Dios.

Dios pudo haberse revelado con poder, con signos extraordinarios, con una voz que estremeciera al mundo. Pero eligió nacer como nacen los pobres: …sin ruido, …sin seguridades, …sin aplausos. Eligió el silencio de la noche, el frío de un establo y la fragilidad de un niño. En ese gesto, Dios nos dice algo esencial: no viene a imponerse, viene a confiarse. Dios se hace vulnerable. Se pone en manos humanas. Confía su vida a María y a José; confía su protección a personas sencillas;

El Niño de Belén no llega para exigir, sino para ser acogido. No viene con órdenes, Su sola presencia comunica amor, paz y esperanza. Dios se hace visible.

Desde el primer momento, Jesús se pone en nuestras manos. Depende del cuidado de María y José, pero …depende también de nuestra capacidad de abrirle espacio en la vida. La Navidad nos confronta con una pregunta sencilla ¿hay lugar para Él en nuestro interior?

En Belén aprendemos que Dios no huye de nuestra pobreza; El la habita.

No rechaza nuestras noches oscuras; nace en ellas.

Allí donde parece que no hay condiciones ideales, allí Dios comienza algo nuevo. Por eso el pesebre no es solo un recuerdo del pasado, sino una promesa para el presente: Dios sigue naciendo donde hay sencillez, disponibilidad y confianza.

El nacimiento de Jesús también nos enseña a mirar la vida con otros ojos.

Nos recuerda que lo más valioso suele llegar sin brillo, que lo verdaderamente grande se presenta de manera frágil, y que lo esencial no siempre es inmediato ni evidente.

Quien se detiene ante el pesebre aprende a esperar, a cuidar y a creer incluso cuando no entiende del todo.

Al iniciar esta Navidad, cuando el año está llegando a su fin, somos invitados a buscar a Dios No solo en lo extraordinario, sino a reconocerlo en lo ordinario; no solo en lo seguro, sino también en lo incierto.

El Niño que nace en Belén nos recuerda que Dios ya está presente incluso cuando nuestra historia aún no está resuelta.

Que esta Navidad nos encuentre menos distraídos y más disponibles.

 

Que sepamos guardar silencio interior para reconocer que Dios ha vuelto a nacer… y que lo ha hecho para quedarse en tu corazón, si tú también les das el SI, como lo hicieron María y José.

Que tengas una Feliz Navidad!!